Domingo, 12 Marzo 2023 15:00

El cristianismo: un recurso para Europa

En un momento en que los dirigentes europeos ya no saben qué hacer con el cristianismo, la Unión Europea ofrece la oportunidad de reflexionar de nuevo sobre la relación entre política y teología. Punto de vista.

 

A veces se oye decir que «Europa es un don de Dios». Es la mejor manera de evitar deliberar sobre esta gran cuestión del futuro de los europeos. ¿Cómo atreverse a hablar de un don de Dios? Pero esta afirmación tiene el mérito de ilustrar que es difícil proponer una interpretación teológica de realidades que no son teológicas como tales. Europa es un buen ejemplo. Afecta tanto a agnósticos, ateos y creyentes de otras religiones como a cristianos. Sin embargo, la originalidad del Dios de los cristianos es que se interesa por el mundo. Por tanto, no está aislado del mundo. Si se reveló a los hombres para salvarlos de sus males, es la prueba de que Dios se interesa mucho por su creación… y por sus criaturas. Por esta razón tan teológica, es perfectamente coherente que los cristianos puedan proponer una interpretación teológica de realidades que no son teológicas. Mejor aún, corresponde a los cristianos velar a fin de esta gran cuestión política de Europa sea también teológica. Esto tiene como consecuencia el cuestionar ampliamente la idea de que cualquier vínculo entre teología y política es inevitablemente peligroso, incluso terreno abonado para la violencia. Es un planteamiento muy simplista. Lo que se ha sacado por la puerta vuelve siempre por la ventana: ¡el eterno problema teológico-político! Esta vez debería aparecer sonriente porque se trata de Europa. En un momento en que, como la mayoría de los ciudadanos europeos, sus dirigentes parecen no saber ya qué hacer con el cristianismo, Europa reinicia desde cero la cohesión de las cuestiones teológicas y políticas. Comencemos con una observación histórica.

 

 
  1. Europa: una noción moderna que ya no sabe qué hacer con el cristianismo. De hecho, Europa es una noción muy moderna que nació con la secularización de nuestras sociedades; en otras palabras, Europa no existiría sin el fin del cristianismo. Lo que unía a nuestro continente era la unidad de la fe. Como esta empezó a desaparecer progresivamente a partir del siglo XVI, hubo que crear otras formas para unir a los pueblos. Fueron los Estados-nación: Francia en la época de la Revolución y el auge de los nacionalismos en el siglo XIX. Luego vinieron las dos guerras mundiales, que fomentaron la formación de una agrupación de Estados continentales hasta el punto de hablar de una Europa vaticana en los años 50. Luego, a medida que se ampliaba, se incorporó la Europa protestante y, un poco más tarde, parte de la Europa ortodoxa. La paradoja de esta historia es que la descristianización galopante ha ido acompañada de la integración europea de las tres grandes formas de cristianismo. Todos recordarán el debate de principios de los años 2000 sobre Europa y sus herencias cristianas. Como sabemos, nunca se habló de estas herencias. No volveré sobre este debate. Sin embargo, mostró cómo Europa no sabe qué hacer con su matriz cristiana; pero ¿sabe el cristianismo cómo hacerlo mejor con Europa? Es mucho lo que está en juego en la Unión Europea, filosóficamente agnóstica.

 

  1. Las contradicciones del agnosticismo de la Unión Europea. El agnosticismo no es ni un mal ni un bien en sí mismo. Debido a su neutralidad, es por naturaleza ambivalente. Y esta ambivalencia tiene un lado positivo ya que, al no imponer ninguna orientación metafísica o espiritual, cada ciudadano puede creer libremente lo que desee sin ser molestado por sus opiniones (véase el artículo 10 de la Declaración de 1789). Pero la neutralidad que profesa el agnosticismo también tiene una contrapartida negativa. Puesto que los Estados democráticos liberales son neutrales, pueden sostener un valor y su contrario. Un buen ejemplo de este agnosticismo es la campaña del Consejo de Europa «La libertad está en el hiyab», poco antes de la revuelta de las jóvenes iraníes y del deterioro de la condición de la mujer en Afganistán desde la vuelta de los talibanes al poder. Esta esquizofrenia no es nueva. Mientras la feroz revolución cultural de los años 60 hacía estragos en China, en París, en mayo de 1968, los jóvenes maoístas pedían el fin de la dominación capitalista y de la «dictadura» gaullista… Esta contradicción inherente al agnosticismo de la Unión Europea socava fatalmente su proyecto político y no puede sino debilitar su autoridad moral en el mundo. ¿Cómo pueden las jóvenes iraníes y afganas dar crédito a semejante agnosticismo? Ante semejante contradicción (entre otras muchas), ¿qué recurso puede aportar el cristianismo a Europa? Esto es lo que está en juego en la necesidad de una reflexión teológica y política capaz de alimentar el proyecto europeo.

 

  1. Un recurso teológico y político del cristianismo para la Unión Europea: un desafío para la civilización. Para responder a este desafío, hay que movilizar y hacer valer dos grandes especificidades del cristianismo: la Encarnación y la universalidad (catolicidad).

Hay tres ejes principales de reflexión.

 

En primer lugar, el del cristianismo y el humanismo: el universal cristiano (Gal 3,28) no es el del humanismo laico de la Europa agnóstica, sino que se basa en la lógica de la Encarnación y, por ende, de la persona, y no en el ultraindividualismo liberal contemporáneo que es la gran referencia de la Unión Europea. En otras palabras, no es un universal distante, sino un universal que procede de realidades concretas. Estas dos concepciones de lo universal tienen una consecuencia inevitable sobre idea que se tiene de Europa, de la democracia y de los derechos humanos. Por eso la concepción encarnada de la trascendencia cristiana concuerda con el hecho democrático (un espacio político particular) y, a la vez, es opuesta a él, al estar el hecho democrático moderno muy marcado por una concepción individualista (por ejemplo: el incremento de una concepción acreedora de los derechos humanos -mi deseo es mi derecho- como vemos con el matrimonio homosexual o la procreación médicamente asistida). La teología cristiana no busca imponer una norma metajurídica, sino devolver, en coherencia con la Encarnación, toda su relevancia concreta al concepto de persona.

 

Pero, y este es nuestro segundo eje de pensamiento, toda persona solo puede ser reconocida si pertenece a una comunidad política. Si Europa ya no sabe qué hacer con el cristianismo, es porque su idea de los valores democráticos se confunde con una concepción funcional y económica que no moviliza un fuerte sentimiento de pertenencia colectiva. Sin embargo, la visión cristiana remedia esta carencia proponiendo una antropología del hombre como animal político, que por ello está necesariamente atrapado en lazos comunitarios y que solo puede alcanzar la plenitud de su naturaleza mediante su inclusión en una ciudad. De ahí la importancia de volver a pensar en la pertenencia a una nación. Es con naciones fuertes como la Unión Europea será fuerte. Es también en el marco de las naciones donde la democracia encuentra por primera vez su marco de ejercicio.

 

Ahora bien, y este es el sentido del tercer eje de reflexión, la democracia cristiana ha desaparecido como fuerza política significativa. Cualesquiera que sean las críticas que se le puedan dirigir, su descalificación política dice mucho de la pérdida de influencia espiritual del cristianismo. A su manera, la democracia cristiana articulaba «teología» y «política». Esta doble desafección crea un profundo vacío, pero también puede permitir que se inviertan los términos proponiendo, no una democracia cristiana, sino una concepción cristiana de la democracia que extraiga todas las consecuencias políticas de lo que significan la Encarnación y lo universal como modalidad de existencia colectiva. Podemos estar tanto más persuadidos de que la concepción cristiana tiene algo que aportar a la democracia cuando recordamos que las primeras democracias nacieron en un terreno cultural cristiano.

 

Al desafío recíproco representado por el agnosticismo de la Unión Europea y el cristianismo no se responde con el retorno a una Europa cristiana, ni con la adhesión al statu quo de una falsa neutralidad. Para el cristianismo, el camino más adecuado es el que aportan sus recursos teológicos a los desafíos políticos a los que se enfrenta la Unión Europea, que son de cuatro tipos: ¿qué concepción del hombre (individuo o persona), de la democracia, de lo universal y del sentido de pertenencia debe darse Europa para encontrar una nueva influencia en el mundo? No proponer estos recursos significaría que la teología se ha convertido en una pseudo-racionalidad que ya no tiene nada que aportar al mundo contemporáneo. En un momento en que Europa ya no sabe qué hacer con el cristianismo, este debe mostrar el camino y aceptar el reto de dar un nuevo impulso a la Unión Europea.

 

 

infovaticana.com